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EL ORIGEN DEL MAL                                                                                                                       

Siempre nos hemos preguntado por qué existe el mal, cuál es su sentido y si hay un Dios todopoderoso, cómo es que lo permite. O es débil, o maligno. La respuesta: es ambos. Es débil, porque en algún punto de la evolución de este Universo, la Fuente de Todo lo que Es nos concedió el libre albedrío. Esto implicaba absoluta libertad, pero a la vez su alejamiento. No poder intervenir debido a esta ley, lo hace débil, es ínfimo su poder en este plano físico. Y el mal… esto es más complicado aún. Requiere de una analogía para poder comprenderlo mejor. Los árboles poseen un mecanismo de reproducción similar al nacimiento de las almas. Cada uno de sus estadios, corresponden con un plano de evolución a través del cual transitamos. El alma nace de la fuente central del Ser, en donde habita por toda la eternidad, incluso aún está allí, en el tiempo sin tiempo. Es un estado de plenitud y gracia infinitas, no hay diferenciación, hay pura Unidad. Dentro de los reinos físicos, el reino mineral es el que sostiene esta consciencia. Cristales, rocas, montañas y ríos, son la manifestación de aquel estado de puro Amor, el origen de todo lo que existe. El inicio del mundo material. Los minerales constituyen una gran alma grupal. Volviendo al origen, este punto infinito, quieto sin tiempo ni espacio, donde palpitaban nuestras almas indiferenciadas en comunión, en un momento se expandió. Como si nacieran de él pequeños brotes de universos en potencia: nuestras almas. Esto fue doloroso, un parto cuya memoria llevamos en cada célula. Y ese dolor fue la primera separación del útero de la Madre Divina. Es lo que hoy reproducimos como sufrimiento, el origen del mal, el miedo a valernos por nuestra cuenta, a estar solos, abandonados por la fuente. Volvamos al árbol, para hacerlo bien visible. Si lo observamos, podemos ver este proceso espejado exactamente, capa por capa. Como es arriba es abajo: otra vez se cumple la Ley. El tronco, vendría a representar al reino mineral. Es una misma alma, un mismo pilar para millones de células álmicas o mónadas que lo constituyen. Sus ramas, representan un estadio más elevado, son los cristales evolucionados que exteriorizan su geometría molecular, y la expresan como octaedros, pentágonos, hexágonos; son los cuarzos, esmeraldas, diamantes. Son las ramas que se expanden buscando luz. Hay un inicio de diferenciación. Las hojas del árbol, son el Reino vegetal, con su inmensa variedad y su especialización en dos procesos vitales, que inauguraron el intercambio con el afuera: el primer dar y recibir, la absorción de luz y la respiración. Las ramas y el tronco, bebían de la tierra, sólo tomaban, succionaban como los bebés de su madre. Porque aún Son la Tierra misma, crecen de ella, hunden sus raíces en ella. La absorben y hacen circular su sangre a todo el árbol. Este es el sostén de vida. Las hojas, en cambio, comienzan el trabajo: respiran. Dan y reciben, este es el principio del circuito elemental del amor expresado en el mundo físico. Luego, están las flores. Ellas representan al reino animal. La belleza se despliega en la Tierra, infinitas especies y colores inundan las llanuras, los mares y las nubes. Cada flor es única. Ya hay individualización. Emiten su aroma, atraen, por primera vez la belleza se expresa en toda su plenitud. La flor se percibe a sí misma como algo diferente al árbol, una hermosa deformación que la caracteriza. Esta consciencia es aun latente, no es real consciencia. Ellas son el principio de la expansión del árbol, a partir de este reino, el alma comienza levemente a pensar en sí como una entidad separada. Aún estamos en el reino animal, unidas al árbol, nuestra fuente. El reino animal comparte una misma alma por cada especie, son almas grupales. A partir de aquí se complejiza el viaje del alma: nacen los hombres. Se divide en dos procesos, o partes del mismo pasaje. Los hombres comienzan a crecer, dentro del mundo animal, y luego se desprenden de él como humanos. Es decir que existen los hombres animales en un principio. Y esto es clave para entender el origen del mal. Cuando una flor (el animal) muere (pasa al siguiente reino) y da su fruto, comienza a nacer el hombre. El ser humano es el fruto en un inicio, y la semilla desprendida en su segunda etapa. El humano despierto, es el brote; el hombre ascendido, el nuevo árbol. Por eso hay varias sub-etapas dentro de la evolución humana del alma. Y debemos saber en cuál estamos para comprender lo que sucede en el mundo. Hay superposición de evoluciones, paralelamente crecemos en el mismo mundo pero estamos en planos diferentes. En cuerpo, nos vemos parecidos, animales humanos y humanos, pero el alma joven es aún un fruto que no se ha desprendido de su árbol, porque aún esta inmaduro. El fruto envuelve a un ramo de semillas, esto quiere decir que no venimos solos, sino en grupos, en ramilletes álmicos, familias de luz que atraviesan esta jornada juntos. Almas unidas para siempre dentro del mismo capullo, que conservarán este lazo a lo largo de su vida. Pero nos encontraremos más tarde, aún estamos ciegos dentro del fruto. Estas semillas son la razón de ser del fruto: representan, en el animal humano, a la semilla crística dentro de él. El fruto, así como la vida de estos humanos primitivos, va alimentando a la semilla, haciéndola madurar. Aquí comienza su entrada en escena el famoso “Mal”. El fruto, que es a su vez el alimento y la protección de la semilla, comienza a sufrir su deterioro hasta que debe caer: es absorbido por la semilla, es empujado por el viento, por la lluvia, incluso es devorado… Finalmente, si logra sobrevivir intacto, cuando cae y se separa del árbol, hay un gran dolor. Esta es la separación de la fuente, la reproducción en pequeña escala de aquella separación original. Es cuando los hombres comprenden, derrumbados en el suelo, al pie de su árbol, que son algo más que el árbol, que son otra cosa. Intuyen que son diferentes a su propia fuente, que se han desprendido de ella. Y se sienten solos, abandonados. La felicidad absoluta de la unidad ha desaparecido. Es una gran crisis existencial, y es a la vez, el comienzo de un nuevo mundo. Es el inicio del viaje del alma hacia su maduración como alma grande, creadora, origen de nuevos soles, galaxias. Pero aún falta mucho para eso. Cuando el fruto cae, cuando nace el hombre, ni siquiera tomó todos sus nutrientes la semilla a la que envuelve. La simiente divina cae dentro del fruto, del animal racional que aún es. Y ese tránsito hasta agotar el fruto y desprenderse de él, es el que hace este hombre para dejar de ser un animal. Hasta dejar de tomar, de recibir, de pelear por su subsistencia. Es una larga etapa de crecimiento, de competencia, de dolor. El mal es aquí despiadado, cruel, hace que evolucionemos a la fuerza. Hasta que este hombre se despoja de los restos de su madre, y queda sólo la semilla. Aquí nace el hombre humano, dejando atrás su estadio animal. Todo el tránsito que hacen estas semillas en búsqueda de una tierra fértil, es la vida que llevan los buscadores espirituales. Es la segunda etapa, el largo peregrinaje del alma que despierta, pero aún esta medio dormida. En este tránsito estamos la mayoría de los humanos hoy en la Tierra. En el campo energético, pasando del tercer al cuarto chacra, al espacio dentro del corazón. Son buscadores porque saben que son una semilla, y saben del potencial que ella encierra, escondido. Ya descubrieron quiénes son: un alma en un cuerpo animal. Y son el Cristo mismo, rodeado de una dura capa que lo protege llamada semilla. Por eso a esta se la llama la semilla crística, cuando ha sido identificada por el hombre que la porta (todos los hombres la llevan dentro, sólo que la mayoría no lo sabe). La semilla tiene dos partes, la capa es nuestra personalidad, o ego. Así como una semilla necesita esta protección hasta poder desplegarse, así nuestro Yo oculta el potencial divino que llevamos hasta no estar listos. Cuando hemos transitado este camino, “hollado el sendero”, sabemos que la personalidad debe morir. Y entonces, la semilla comienza su proceso de desintegración, que puede llevarnos cientos de vidas. Cada situación, fracaso, sufrimiento, golpe que nos presenta la vida, es la forma que tiene el universo de quebrar esta capa dura como una roca de la semilla, para que se abra. En otro escrito hablé de esta fuerza que ejerce el amor, en el disfraz de odio. Aquí la semilla sería el miedo, que genera ese campo de protección que debe ser atacado. La muralla que construye el miedo en el hombre, se asemeja a la fuerza de la semilla, la separa y la protege de un entorno hostil. Gracias a esta capa, la semilla permanece. Esta fuerza ejercida sobre la semilla, es el origen del mal y su función. Sin él, seguiríamos eternamente siendo semillas, sin prosperar. El amor opera a través de este mecanismo, para evolucionar. Así, llega un momento en que la semilla misma va entendiendo para qué está en esta Tierra e incluso cuál es el sentido de la personalidad y el ego: justamente ese, ser una semilla que protegerá la información genética del árbol, hasta estar en un medio apto para desplegarse. Viene con esa programación, es dura, es cerrada, ciega. Sólo una cosa la mueve: la auto-preservación. Esa capa es el último estado animal que acarreamos. Entonces, devota, ella comienza sola a buscar la tierra fértil, que es aquella que la terminará de quebrar. Porque sabe que al morir, nacerá el árbol que lleva dentro de su corazón. El nuevo árbol, es el Cristo desplegado. Cuando estamos buscando nuestro terreno pero aún somos semilla, tenemos una personalidad fuerte, nuestra alma está más conectada con la fuente, porque conocemos nuestra misión. Y las pruebas que llegan son importantes. Las aceptamos como bendiciones, cada vez las traspasamos con más consciencia. Atravesamos este dolor, agradeciendo el nuevo mundo que traerá. Cada búsqueda, cada tránsito de la semilla para madurar en su tierra, lleva eones. Cuando llegamos a entender esto, sabemos que el origen del “mal”, es la posibilidad de nacer. Y para eso antes tenemos que morir como semillas. Para dar nacimiento al árbol, tenemos que quebrarnos ¿Cómo romper una roca que estaba destinada a no ser rota por nada del mundo hasta no estar preparada? La cáscara o personalidad, recibe sucesivos golpes y caídas para sacudirla. Es la única forma, pareciera ser, dentro de este universo para que ella sucumba. El mal está trabajando también para el bien, ambos hacen su labor hacia el mismo fin: un nuevo árbol, un humano ascendido capaz de dar frutos. Este es el último estadio de la evolución humana, cuando la semilla ha muerto y nace el árbol. Somos seres de servicio, dejamos atrás nuestros nombres y pasado, nuestra historia de dolor, la programación familiar; estamos libres para servir a otros a través de los frutos de nuestro Amor. El árbol ha madurado. Por todo esto, si sientes que estás recibiendo muchos golpes en tu vida, sabe que es porque llevas dentro una joya que quiere brillar. Comienza a buscar ya tu tierra. Hoy mismo. Esa que te contenga, te dé agua y alimento. Deja atrás las toxinas, las relaciones contaminantes, y busca un suelo propicio. Nuestros guías, ángeles, nuestra familia de luz son el agua. Las terapias, la sanación, son los territorios para desplegarse. Hoy tenemos un gran campo disponible. Y cuando encuentres la tierra, húndete en ella, entrégate con todo el corazón. Y deja que la semilla muera. Deja que muera tu personalidad. Ya no eres tu nombre, eres pura luz abriéndose en la tierra. Y este proceso es sólo el comienzo, el primer brote. Te espera un tiempo de maduración, de fortaleza, de plenitud y florecimiento, cuando en un futuro des frutos para otros. Ya ha comenzado este proceso en ti.  La simiente ha comenzado a morir y al inicio saca débiles brotes. Cuídalos del viento, de las tormentas, están frágiles ahora. Protégelos como oro: son los retoños de tu Ser Crístico, de tu alma manifestada en la Tierra, encarnada.  Pronto estos brotes crecerán y serán ramas, hojas, flores multicolores y frutas deliciosas: tus más bellas obras de servicio. Agradece que el amor, disfrazado de mal, haya hecho ese trabajo en ti, para ser quien eres hoy. Comprende, perdona e integra. Ya eres el Cristo. Ya eres pura luz… crece.

 

 

Laura Gerscovich

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